150509
me enamoro de ud. señor juan gelman, me enamoro,
como las maestritas lo hacen del reader’s digest y de corín tellado,
como las azafatas, de la luz violeta y las postales de rodolfo valentino
como las adolescentes de ellas mismas cuando,
desnudísimas
se miran en los espejos nebulosos de sus baños
me enamoro de ud. señor juan gelman, desde este pueblo enfermo
donde hiede la costra de los muertos
la fiebre de los vivos
mientras preparo el café de la mañana
y lavo el orinal de mi padre enfermo
y más tarde trabajo y a la noche escucho
big bill broonzy
poniendo en orden el huerto, quemando
las alimañas
haciendo que lo perdido valga
que la tía escolástica labore sus telares
si supiera señor juan gelman cómo los ojos de ud.
me parecen así de bonitos
y contando sus trapos, sus fulgores,
considerándolo a la luz amarga de mi amor
me veo no tan joven, no hermosa,
pero sí verdadera, y ya no me alcanza
el pudor mentiroso de los desnudos ante sí
o ante los otros
para callarme, señor juan gelman
para callarme
(Inédito)
LOS ALBAÑILES ME GUSTAN
los albañiles me gustan
llegan en bandada, un día,
al terreno baldío, al gran hueco,
con su música de cuarteto
en las radios
llegan gritando, llegan
puteando al trompa,
codiciándole la mujer que nunca vieron,
llegan para lastimarse,
para caerse de los andamios,
para romperse la médula jugando
a los angelitos,
llegan para ponerle el hombro
al asunto
y el asunto es acarrear tierra,
arena, agua, cemento,
el asunto,
lo que los cogotudos de la zona
dirían business, es
hacerlo 8, 10, 12 horas seguidas,
con el sol bravo de la siesta,
hacerlo, con el viento sur
del invierno,
hacerlo cansados, poner
ladrillo sobre ladrillo,
sin llorar histéricos por ninguna
cuestión metafísica, porque el tiempo
que les sobra del día
-y siempre son miguitas-
hay que usarlo
para comer,
para bañarse,
para hacerle el amor a la mujer y mirar
cómo crecen los hijos
me gustan, los albañiles,
me gustan
porque todavía tienen tiempo
de gritarnos obscenidades a las mujeres,
de sonreírnos en la vía pública,
de hacernos saber que nos ven,
que nos escuchan el taconeo,
que se fijaron
en el brillo del pelo
me gustan porque cuando se van,
donde había un vacío,
de pronto hay una casa,
una casa armoniosa y a prueba
de tormentas,
es justo recordar de quién fueron las manos,
es justo
(Inédito)
EVA O EL SILENCIO
Torpe.
Torpe Eva de dientes podridos.
Buena perra de mala vida.
Madre:
en tu seco pezón no hay trigo.
No luz, sombra.
No pájaro, garra.
No ángel, cuero de ángel.
Amo, sin embargo,
la costilla de la que no participo,
costilla dura, vieja,
palo sobre palo,
silenciosa, no más.
Hueca.
Por tu costilla entra un aire de Dios.
Y el aire de Diso hace música.
Melaza honda de sexo,
carbón ardiendo
en la boca.
Cuando me enciendo,
me voy por ahí a gritar,
a decir algo.
A veces también gimo.
Soy yo, y estoy rota.
No digo,
gruño.
Soy una orilla. Y la otra.
La corzuela ciega.
Y el león.
La sed y el agua.
Me veo venir. Y me destrozo.
Me persigo.
El músculo que muere
alimenta al músculo que goza.
Soy yo.
A veces lo soy en serio.
No como esta noche,
no ahora.
Buena perra de mala vida.
Puta perra de mala leche.
Poesía,
hato de hambres.
Silencio.
(Las madres remotas, Ed. Cartografías; 2007)
Elena nació en Oncativo, Pcia. de Córdoba. Estudió Letras Modernas en la U.N.C, Facultad de Filosofía y Humanidades. Publicó dos libros: Las madres remotas (Ed. Cartografías; 2007) y tabaco mariposa (Ed. Caballo Negro; 2009).
http://jorgedipre.blogspot.com/2010/05/3-poemas-de-elena-annibali.html
3 comentarios:
Interesante, más que interesante, bella poesía y no solo eso, sino también hermosos pensamientos, estos que se publican de Elena. Es eso y no solo es eso sino otra cosa que solo podría decir Juan Gelman con sus entrecruces, un albañil cualquiera si quisiera, si se tropezara con aquel poema, involuntaria o innecesariamente. Porque son palabras de vida, humanas, dulces, dolorosas, como deben serlo o como pueden, las voces de un poema.
Guillermo
Me parece verlo al Juan escuchando de boca de Elena estos amores desamorados del Corín y con el beneplácito de Rodolfo, el Valentino, trepado a un andamio de sueño y de concreto, tan entrecruzado -perdón, anónimo-, tan evidentemente a la par de sus tristezas, hurgando en las palabras que le llegan, casi con gusto y tímida aceptación. ¿Sonríe, Juan? No es para menos, con semejante piropo.
Me llevo el primero de los poemas Jorge, no lo conocía. Me encantan los viejos poemas de Elena!
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