25 may 2009

Texto de Presentación de "Todo se quema aquí", por María Teresa Andruetto

TODO SE QUEMA AQUÍ/ Jorge Dipré/ Ediciones Revovecos/Córdoba, 2009.



ES QUE
TODO SE QUEMA AQUÍ


Las banquinas de los caminos
La profundidad de los campos en la noche
Los montes de eucaliptos
Las palmas aisladas de la mesopotamia
El vinal impenetrable de los montes
Las tardes calurosas
Las mañanas secas y crujientes
Las alas de abejas libantes
Los sueños
La belleza evocada por un tango agrio
Tu mirada
Los cigarros del cubano Martín
El puro silencio.

 
 Todo se quema aquí consta de dos partes. En la primera de ellas, la que da nombre al libro, el lugar central lo ocupa, a mi juicio, la mirada: un modo de mirar que se ejercita en la percepción del mundo “real”, mirada de un narrador de historias que nunca pierde sin embargo las condiciones -siempre difíciles de definir- de lo poético y que en este caso residen sobre todo en el tono (un arco que va desde la añoranza al escepticismo) y cierta áspera música que acompaña muy bien el núcleo de sentido de los poemas. La mirada decíamos, intensa para percibir lo particular y al mismo tiempo extrañada, de espectador de una película, de quien viera las imágenes a través de un vidrio o proyectadas en una pantalla, todo lo cual trajo a mi memoria algunos cuadros de Hopper y ciertas escenas de una película de Wender. Aquí un fragmento del poema La Copa y la noche, que da el tono y la marca predominante del libro


En el reflejo/de la superficie del oscuro vino/tiembla una sombra
Ha oído que los trenes se han detenido/pero no ha ido más lejos/El cuarto se desmoronará con los años/¡Qué importa!/Aquí será un ladrillo calcinado/una letra
una partícula de polvo/con ecos de fonemas/que en algún registro dicen pertenecerle/No sabe/Nunca supo nada acerca de nada/El pensamiento vuelve al vino/ a la sensación bajo la lengua/al sabor del sexo del fantasma/a la muerte…

Como en una pantalla de proyección, Dipré recupera y escribe escenas que ha retenido la memoria. Tengo una particular relación con la memoria, o mejor, con el olvido: la memoria hace a la identidad, pero también el olvido. No se puede pensar sin olvidar, pero no se puede ser sin recordar, dice en una entrevista que le hace Osvaldo Aguirre, para La Capital de Rosario.

Escenas en la memoria. Basta que haya vivido uno, o que haya pasado siquiera, por alguno de esos pueblos del sofocado nordeste nacional, que haya atravesado la siesta como una silueta difusa por esas calles de tierra, con la mirada turbia, como en su poema “Siesta”, del que leo algunas líneas, para sentir que están vivas y son también nuestras esas escenas.

Los changos/apenas se mueven al mediodía/La maestra cruza la luz/y un estruendo/de verdes claridades la ciega

Jorge Dipré, que ha escrito magníficos poemas de estupor ante lo urbano, escribe ahora este poemario sobre la luz brutal del nordeste argentino, dice Eduardo Danna. Se trata, en efecto, de un libro que gira en torno a la luz, pero no exactamente una luz benigna, sino una que calcina y enceguece, áspera, intratable, como aquel cactus del poema de Manuel Bandeira. Visión de un paisaje de fotografías quemadas donde las presencias humanas pasan como fantasmas. Doble presencia humana, sin embargo, la de los personajes que atraviesan el escenario pueblerino y la del poeta que los mira, a mitad camino entre el distanciamiento o la objetividad y la emotiva lirica del yo. Es esa conjunción, me parece, la que emociona y la que no pocas veces oprime el pecho, el ánimo, al leer estos poemas. Efecto de quien mirara una película y fuera al mismo tiempo estremecido personaje.

Dicen en el poema Cruza la luz

Un son/para la maestra rural/que cruza/el abismo del mediodía/que no sea/canto de sirenas/fuego/o estrépito// Una melodía/para quebrar la siesta/el mísero cono de sombra/donde aguardan/los niños/el carro que los lleva

Como en relatos del más crudo realismo, se muestran los personajes en los poemas. El calor y la luz ciegan, se respiran la soledad, la desolación del paisaje y de sus hombres, mujeres y niños atravesando como fantasmas la quemazón, para que toda la línea de sentido vaya a parar hacia lo que se destruye o muere. Pero los versos son sin embargo transparentes, nunca pierden levedad.

Sequía, áspero mediodía en el campo, sol que sala, sol que resquebraja, víbora de humo, mies quebradiza y todo lo que tienta al fuego como blanca lápida. Todo –imagen o metáfora- lucha contra lo verde que se añora, lo que se ha dejado atrás. Así, un poema dice:

Otra edad/de relámpagos y furia/estampas de la pampa/borradas por el agua calma/que cae y viaja/como un sueño/por el lecho verde/que añoran/estos huesos secos.

Y otro, en sus versos finales:

hay perfumes/en la habitación/alientos/brisa que agita los velos/brillos/hojas de almanaques/que se queman/en el desierto de la ventana//No digas nada/que perturbe al polvo.

Algunas veces, sólo algunas veces, como en Que divague el humo, la presencia humana que el poeta observa, abandona su condición de extrañamiento y, cargada de vitalidad, ofrece su legado y entonces el poeta lo recibe y nos lo ofrece

esos manojos torneados/por las hábiles manos de/la vieja torcedora Baldomera/para ir guardando/las formas/que divague el humo.

En la segunda parte del libro, la que lleva por título Incrustaciones, la estética hace un giro hacia lo teatral, con una intervención más marcada del tú, una apelación decidida al lector. De algún modo podríamos decir que en estos poemas el mirar, más intenso en la primera parte, se retrae un poco, cediendo paso a lo dialógico. Algunos poemas tienen textos entre paréntesis, aclaraciones a la manera de las didascalias en los textos dramáticos, a la vez que ingresan fuertes ecos de la poesía y del habla popular.

Ojos quemados en la cresta roja de los chivatos/Al sol/la siesta y la silla/vacía/(para que se siente el diablo)/Oscura la tarde adormece/la tormenta/Cristales como capas de cebolla/El cuarto vacío/(para que lo colme el diablo)/En la noche/rondan los perros flacos/con agujeros en las órbitas/ciegos/(para que mire el diablo)

Varios leit motiv, como este estribillo que leemos/escuchamos, recorren los poemas, frases como un cielo de espermas, o significantes como el dormitorio o los espejos. La duplicación, la cópula, la paternidad, nunca tan conmovedora como en el poema que se titula Desde el dormitorio, en el que la hora de la siesta, y los hijos pequeños que se asoman, trae al padre el recuerdo de su padre ausente

Uno de los varones vuelve a asomarse/Ahora sonríe y escapa/Pienso en mi padre/que desde que murió/no sé si sabe de nosotros.

Los poemas recogen frases de otros poemas del libro y de otros libros suyos, convirtiéndolas en motivos que llegan por arrastre de poemas anteriores, capas de cebollas, un nuevo sueño, frente al espejo, cielo de espermas, como quien levantara lo sembrado a lo largo del libro. Y el libro esparce finalmente, los polvos densos/de su luminosidad, para decirlo con palabras del poeta. Se trata de un ejercicio a conciencia plena, a juzgar por lo que el mismo Jorge dice en una nota final del libro:

'Incrustaciones’ transforma en procedimiento algunos tics: la aparición de versos que se repiten a lo largo de su escritura, casi sin variaciones y que un lector atento nota de inmediato. Como si el hallazgo de una secuencia de palabras que conforman un verso, se transformara, inconscientemente, en una estructura inseparable que emerge en otro lugar, resignificándose. Versos que funcionan como una sola y única palabra. Obsesiones, un retorno de la lengua coloquial como en la épica homérica donde estas fórmulas eran comunes, la insistencia de un único poema que pugna por encontrar su expresión en el ruido de la multiplicidad.

La estética de Dipré, siendo como dijimos, del más puro realismo, en poemas que casi siempre relatan breves historias o construyen una imagen con alta potencia narrativa, poemas de verso libre, cuya apuesta está centrada en la imagen, recibe la música del habla coloquial, ingresa a los poemas la belleza de las designaciones locales (los chivatos, las ceibas, el ibirapitá), y produce en medio de la quemazón, un cierto frescor y un descanso. Como en el espléndido poema que se titula Resistencia y que leo en parte

RESISTENCIA


Como si estuviese la ciudad/edificada sobre el infierno/y pujase por contener/el fuego rancio/que levanta las calles/
(...)
/pinta los ceibos/y las burbujas sonrosadas/de los lapachos/incendia los chivatos/y no se priva nunca/de competir con el sol/haciendo explotar al ibirapitá//La ciudad presiona/sobre el averno/ahoga las doradas lagunas/huye del río que quiere penetrarla/se defiende/a puro verde y polvo/resiste.

Y entonces está el gran río que es agua es oro y convierte a las palabras en oleaje y se lleva todas las variaciones. En este sentido, y para cerrar, creo que el poema Resistencia se presenta como el centro de significación desde el que irradian todos los poemas de este libro, tensando en él dos paisajes, dos geografías, dos estéticas. Así como el poema que se titula Es oro es agua, y su lucha entre el dorado y el pescador, el botero y el río, podría leerse como un arte poética en la que las palabras – unas veces de plomo y otras veces platinadas por la luz- batallan amables o coléricas, agotan sus variaciones, para que el poeta, en su pequeño bote, en dorado combate, atrape la esencia de las cosas.

En palabras de Jorge:

Es oro el agua del Paraná//Parece que el oleaje/de estas palabras/se llevara todas las otras variaciones/pero a veces es plomo el color del río/y el peso de la luz lo platina/otras, colérico/arranca la esencia de la tierra;/los pequeños botes de pescadores/moscas en un lienzo de pez de borgoña/lo visten antes que ensuciarlo//Bajo la oscura superficie/el dorado lo combate/en una apuesta ciclópea a la vida//Rumorea, cuando ríe/y se ofrece a la luna, lívido,/cuando ama//Es agua el oro del Paraná.

María Teresa Andruetto, Córdoba, 2009
http://www.teresaandruetto.com.ar/

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