a Aldo Oliva
a Hernán Oliva
(ahora, in memoriam)
Ráfagas de viento
que destempla el nervio
y ya los olvidos se suman
a los recuerdos.
Frío que viene de lejos
desde la sangre pesada.
Humores ahogados más allá
de la superficie, bosquejo
de hombre, sombra que grita
silenciosa.
Licencia del caminar por entre
fraguas sutiles,
costuras del almanaque,
hendiduras carnales donde
el polvo se deposita.
La noche que viola la figura
escurridiza al tiempo,
al espacio, movilidad en la nada.
Los dedos muertos y duros
en un bolsillo sin color,
duelen pero siguen muertos.
Los vahos y la luz, neones viejos,
la cara que se desvanece
en el juego. Vidrieras veloces,
café, roces de anónimos hombros,
mujeres y hombres presurosos
hacia el vacío.
Partir, pero siempre el laberinto
gana.
Rechina una de las tantas puertas
que tienta. Poeta te han dicho.
Poeta de diccionario en mano
¡Qué saben!!
La calva asocia su brillo al cristal
primero de los últimos cigarrillos,
mezcla morfínica, ginebra y cigarrillos.
El humo dibuja lo que siempre dibuja
y él ya se ha cansado de interpretar,
de husmear el humo y los sueños.
Ahora guarda para sí las figuras,
los símbolos, la tenue filigrana del azar,
aquello que los malditos le enseñaron
a cobijar como el único tesoro.
Morir en el bar, impecable,
de smoking, oliendo a jabón,
como un violinista tardío,
viejo violinista de jazz tocando
miserables tangos para miserables
melancólicos.
Te duelen los dedos que se han demorado
en una escritura, los que se aferran a la copa
y a la charla ocasional.
Morir vestido de negro, impecable,
como si nunca hubiese deslucido
el saco de siempre. Pero es una ilusión,
como todas en la vida.
Oscuridad, el velo empuja, envuelve.
La calle abisma.
JDipré (1993)
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